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REFLEXIONES

Parque Aluche, Madrid

Foto: Anayara Cabrera. Parque Aluche

DIVERSAS Y CUIDADAS
(Enero de 2021)

Parece irrefutable que el aislamiento social sostenido genera alteraciones en el ánimo, en la capacidad de concentración, en la toma de decisiones, con un aumento paulatino de los niveles de estrés y ansiedad: con el miedo, muchas veces, atravesándonos en todas sus formas y versiones. Lo percibes en ti, en tus padres, en tus sobrinas, te lo comenta tu vecina del 5º, la mujer de la panadería, tus colegas del trabajo, lo reconoce la OMS, e incluso, últimamente, Fernando Simón.  Dichas alteraciones parecen agravarse exponencialmente en las personas que ya sufrían éstas y otras dificultades con anterioridad. 
 

El aislamiento social tiene consecuencias para todas, puesto que, en principio, somos seres sociales.  Si bien, también somos y ocupamos lugares diferentes.

 
No es lo mismo el confinamiento para una persona con principio de Alzheimer, que impide que pueda ir a sus talleres de memoria y bailes de salón, que para una persona jubilada que participa en una coral, teniendo que adaptarse a cantar sola en casa, viendo todas las caritas de su coro, en versión diminuta, en una pantalla.  No es lo mismo que una persona en cuidados paliativos tenga restringidas las visitas de sus familiares, que las tenga una persona que tiene que guardar reposo porque se ha roto una pierna.  No es lo mismo el aislamiento social para una adolescente que acaba de mudarse a Madrid y aún no ha establecido un grupo de colegas en el instituto, que para otra que lleva toda la vida en el mismo centro educativo y ha tejido una red estable de amistades.

 
En estos momentos de pandemia, donde parece que todas las medidas han de servir para toda la población, resulta especialmente necesario tener presente que nuestra diversidad, de la cual no podemos ni queremos deshacernos, tiene que seguir teniendo un espacio privilegiado a la hora de determinar cómo cubrir o satisfacer nuestras necesidades de soporte afectivo y cuidados. Si nos permitimos detenernos en lo que necesitamos cada persona y colectivo, podremos configurar una versión más acorde de lo que nos es saludable, lo que va a proporcionarnos bienestar o nos va a permitir gestionar el malestar. Sin olvidar lo valioso y, en mi opinión, imprescindible que es preguntar -cuando es posible-, a cada individuo de ese amplio grupo de personas a las que hemos tildado de vulnerables, cómo desean ser cuidadas y “protegidas”.


Por supuesto, y como siempre (también antes de la pandemia), nos toca reconocer y asumir los riesgos y repercusiones que conllevan nuestras decisiones, para poder manejarlos desde la consciencia y la responsabilidad que nos compete a cada una.

 

 

Por Diana Taboada Denia 

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