REFLEXIONES

Pensando en las experiencias con mi red, mi entorno social desde su sentido más amplio o más concreto, amigas y amigos, familia y pareja, que han significado mi bienestar, no puedo obviar un momento especialmente cuestionador cuando un diagnóstico crónico llega a mi realidad.

Viví esos momentos como si estuviera en mitad de una tormenta de arena de la que no puedes escapar, no puedes cambiar de rumbo puesto que vive en tu interior. Diferentes estados emocionales te recorren, unas veces están más tiempo, otras les pasas como si de una página de un libro se trataran, y mientras tanto la vida continúa, en forma de rutina o haciendo malabares con ella.

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Y mientras todo continúa lo que marca la diferencia son las voces que te acompañan construyendo el relato de tu mundo, a veces no son claras ni precisas, no son grandilocuentes ni “expertas”, pero si nacen desde el alma, te hablan dejando espacio también para escuchar susurros de tu tormenta. Y también traen silencios, silencios que te ayudan a callar dudas y miedos desde la mirada y el abrazo. En definitiva, acompañamientos que nutren tus pilares para afrontar el rumbo que viene, traen seguridad en mitad de la nebulosa, calman hasta cuando dentro de sí mismas también resuenan los ecos de la tormenta que a ti te atrapa.

Este es el valor de tantas personas que me acompañan, a veces nerviosas, tristes o preocupadas, otras serenas, positivas, que miran, escuchan, cuidan, aman… y conforman así mi propio valor en medio de la tormenta.

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La tormenta no ha terminado y tal vez no termine nunca pero soy consciente de que la sobrevivo permitiéndome mecerme en ese entorno amplio y concreto que me recuerda que soy más que la tormenta que llevo dentro, que tal vez sea eterna, al igual que mi agradecimiento a tantas personitas que me acompañan, voces que me ayudan a poder estar presente y contar mi mundo.