Seguimos conectando con experiencias cotidianas que nos nutren; con los saberes ligados, no al conocimiento, sino a sensaciones y afectos. Experiencias que, cosidas unas con otras, van conformando una tela que nos define y nos sostiene también en los momentos más difíciles.
Lo hemos hecho unos cuantos meses con los sentidos, centrándonos en lo más inmediato de nuestro bagaje cotidiano, y ahora queremos integrar esas sensaciones en experiencias más amplias.
El mes de mayo lo vamos a dedicar a compartir con vosotras algunos LUGARES con los que tenemos una relación especial.
Hay lugares que nos acogen; lugares en los que nos encontramos con otras personas, o en los que nos encontramos con nosotras mismas; espacios en los que nos desahogamos, o en los que nos divertimos…
Los entornos en los que desarrollamos nuestra vida tienen un efecto sobre nosotras que nos llega a través de los sentidos, de los recuerdos ligados a ellos, de los rituales que creamos al habitarlos... Y por ello también necesitan cuidados, ser alimentados para podernos seguir acogiendo.
Pasamos tiempo cotidianamente en muchos lugares sin ser conscientes de lo que nos aportan, de lo que otras personas aportan para construirlos o incluso de lo que nosotras mismas aportamos con nuestra manera de habitarlos. Sin embargo, cuando se altera nuestro día a día o suceden cosas que nos alejan de ellos, notamos que algo nos falta y que se tambalea nuestro equilibrio, porque desde la distancia, y aunque le pongamos cabeza, no podemos recrearlos; tenemos que poner el cuerpo para darles vida.
Necesitamos un espacio y un tiempo para construir lugares que merezca la pena habitar. Y vemos que, una vez le ponemos consciencia, podemos también convertir en una elección nuestra manera de relacionarnos con ellos. Así que les damos este pequeño homenaje para pararnos a pensarlos y poder darles el espacio y el valor que merecen.

LAS DOCAS
Conocí este espectáculo natural en el camino de uno se esos viajes inolvidables y se convirtió en uno de esos lugares favoritos en medio de un descubrir incesante lleno de periplos de esos que haces cuando eres mochilera, largas rutas desconocidas donde se abren posibilidades nuevas y siempre llegas a alguna parte.
Hace más de una década la vida me llevo por primera vez al cono sur y la curiosidad del gato me llevo a adentrarme por sus rincones, recomendaciones e intuiciones hasta llegar a las Docas.
Este lugar escondido en la costa, sin acceso señalizado ni medios de transporte cercano hizo que conocerle estuviera impregnado de los detalles de una auténtica aventura que desenlazaba en una experiencia que sobrecoge cada átomo de la piel.
Las Docas desde aquel día me han acompañado, se colaron en mi ser y en mi memoria siendo sencillo viajar interiormente para reconectar con una conexión genuina de la belleza, sensaciones interiorizadas de paz y tranquilidad.
Con los años las Docas se han convertido también en mi antídoto personal contra el estrés, para conciliar el sueño o bajar la ansiedad. Visualizo el camino hacia el acantilado, me hago paso entre tamarugos, llaretas, cactus y chañares, siento el aire tocando mi cara y el sol arropando mi cuerpo, huele a cochayuyo y hasta puedo saborear la sal en el ambiente, y ahí estoy, en la cima que me deja ver la inmensidad del océano. Solo queda bajar para fusionarme entre arena y mar. Una sensación intensa me invade, camino a mayor velocidad bajando la pendiente con el entusiasmo de lo que viene y la cautela del descenso. Y ahí estoy, diversos sonidos envuelven el momento, me tumbo y me dejo ser en mitad de la calma que me invade, nutriéndome de la sensación de bienestar que me absorbe.
Las docas están en mí.
Por Muna Kebir Tio

MOMENTOS DE MERCADILLO
Cuando pienso en un lugar que para mí tiene características de ser especial y mágico, me viene a la mente los mercadillos y rastros de las ciudades a las que voy de visita o en la que vivo. En ellos se juntan personas que cada vez que es montado este rastrillo van y aquellas que de visita, se asoman a disfrutar del ambiente del mercado. Es una oportunidad para ser testigo de la interacción y las peculiaridades de las relaciones humanas en un espacio tiempo tan cotidiano. A través de la vista y el tacto de las telas, ropas y zapatos, adornos, pendientes, artículos artesanales de cuero, cerámica… Desde el oído, de las conversaciones, idioma y formas de expresión de las personas, escuchar música en directo o de los puestos. Mediante el olfato, los olores de los puestos si son de alimentos; carne, pescado, de especias, de frutas o de flores y aromas de las tiendas o cafeterías que se encuentran próximos a él. Siempre que tengo oportunidad o en mi cuidad o a cada lugar que voy de visita, me fascina destinar tiempo para sumergirme en estos trocitos de mundo en estado puro y vivo.
Por Laura
RUTINAS EFÍMERAS
Siempre me ha fascinado la manera en que, al llegar a un lugar nuevo, se crean en seguida rutinas que sirven de canal de comunicación para las personas que allí nos encontramos, y cogen una función de gestión emocional para adaptarnos y encontrar nuestro lugar seguro en un entorno nuevo.
Me viene sobre todo a la cabeza ese “momento del café” que he vivido en tantos encuadres distintos, que se abre un primer día como de casualidad en un lugar determinado, convirtiendo a ese lugar en el espacio de encuentro, de reposo, de conocernos… para personas que hemos empezado a compartir un trocito de nuestras vidas.
Esa cafetería en la que hacíamos el descanso durante la primera formación de posgrado que hice o el bar de los desayunos de mi primer trabajo...
Esa sala en la que, cuando estuve de voluntaria en el extranjero, nos reuníamos las voluntarias durante la primera semana tras la llegada, para formarnos y compartir experiencias…
Esa habitación de hostal que se convertía en mi casa durante algún viaje, de manera que sentía que volvía al hogar tras un día cansado, a relajarme con mi compi de viajes.
Y mi ejemplo favorito fue aquel en que esa rutina se convirtió en algo que parecía que siempre estaría allí, aunque supiera que no era posible: la sala común de la residencia de estudiantes en que viví durante mi año erasmus. Por las tardes, al llegar de la universidad, iba a buscar, puerta a puerta, a mis recién creadas y ya bastante íntimas amistades, para merendar juntas en la sala común. Con cada persona que iba llegando, repetíamos la secuencia, merendando una y mil veces si hacía falta para compartir un rato en la sala contándonos las anécdotas del día.
La verdad es que tranquiliza saber que seguirán apareciendo lugares, primero por casualidad, pero que luego se convertirán en imprescindibles, durante un rato...o durante muchísimo rato más.
